Ella se cansó incluso de ella misma. De los recuerdos que no la dejaban vivir. Del futuro, incierto y temeroso. Se cansó de sus ojeras, de sus lágrimas, de sus sonrisas fingidas. Se cansó de vivir una vida que no le correspondía. De dar unos besos que no eran los suyos. De continuar en una historia en la que se sentía una intrusa. Una extranjera. Se cansó de las palabras robadas. De los besos malditos. De las miradas que parecían cómplices y no eran más que falsas. Ocultas. Conocedoras de toda la verdad. Se cansó de los gestos bonitos. De las rosas cada 14 de febrero. De las navidades en familia. O lo que quedaba de ella. Se cansó de todo y de todos.
Porque ella, en realidad, se cansó de fingir.
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