domingo, 22 de diciembre de 2013

Sueños, al fin y al cabo, felices.

Es raro. Es difícil. Es complicado. Reconocer dónde estoy y cómo me siento. Pero lo raro es no encontrar salida. No buscar una solución. No saber qué hacer para que mis ojos dejen de sangrar y mi corazón deje de llorar.
Lo difícil es huir de esto. Difícil e imposible. Imposible porque permanece dentro de mí. Forma parte de mí y nunca dejará de hacerlo.
Difícil es encontrar la manera de salir. De poner fin a toda esta agonía que no me deja siquiera respirar. A toda esta tristeza que me acompaña desde el instante en que abro los ojos, por la mañana. Hasta que consigo cerrarlos, a altas horas de la noche.

Y es que me gustaría poder dormir. Poder dormir eternamente. Solo para no pensar. Solo para no llorar. Para no terminar destrozada sobre mi cama deseando que esto termine. O que alguien venga. O que todo el mundo se vaya. O deseando irme lejos. Lejos de aquí. Lejos de ti. Lejos, incluso, de mí.
Resulta tan complicado decidir por mí. Decidir por cortar esto de raíz. Decir una mañana “ya basta, es hora de ser feliz”. O cualquier cosa que no sea mirarme al espejo y romper a llorar. Y hacerme añicos. Como si mi puño atravesara el espejo y éste se rompiera al instante en cientos de pedazos.
Cuando abro los ojos, pienso que tan sólo es otro día más. Otro día en el que no pasará nada. Otro día como tantos otros. Otro día en el que, varias horas después, me volveré a meter a la cama con el mismo pensamiento con el que he amanecido.
Sin embargo, cuando consigo cerrarlos, tras varias lágrimas derramadas. Los pensamientos siguen inundando mi mente. Y el dolor, mi alma. Y no hay forma de pararlo. Como si una ola inmensa habitara en mi interior. Y solo consigo dejar de pensar cuando mi agotamiento supera mi dolor. Cuando mis ojos están hinchados y necesitados de descanso. Y cuando mi mente, cansada ya de pensar, solicita unas horas de sueño.

Sueños que me gustaría hacer realidad. Sueños en los que el dolor no existe. Y el sufrimiento está apartado. Sueños, en su mayoría, irreales. Sueños que se desvanecen cuando los ojos vuelven a abrirse. Sueños inalcanzables. Irrealizables. Sueños absurdos. Sueños, al fin y al cabo, felices. En un mundo de infelices. 

1 comentario:

  1. Vale, no sé qué decirte. No me he echado a llorar de milagro. Me siento identificada a esta entrada y si pudiera clavar el móvil a la pared para observar esta entrada todos lo días, lo haría.
    Me la quiero volver a leer :$
    Besos!
    PD: espero que cuando lea la siguiente entrada no me hagas llorar ê.e

    ResponderEliminar